31 de julio de 2012

Esas almas

Al hombre del fondo lo atormenta su jefe. Todos los días en la oficina son un "¿Qué hago acá?" constante. En la mesa contigua a la ventana hay una chica de pelo negro, largo, con un flequillo desalineado. Estuvo llorando. Su novio la dejó luego de varios meses de relación. Y este muchacho, el que se sentó lo más próximo al escenario, se siente solo, necesita compañía.
Todos viven universos distintos. Todos ellos acuden a este refugio.
Me pregunto si de verdad puedo entenderlos, si podré ayudarlos a superar sus problemas. Al menos tengo una herramienta para hacerlos olvidar de los motivos que utilizan a sus corazones como bolsa de boxeo y los golpean en silencio. Y jamás renunciaría a usarla.
Como todas las noches, a las 22, acomodo mi atuendo: me ajusto el sombrero, aflojo la corbata, aliso mi camisa y subo cada escalón hasta alcanzar mi banqueta. El micrófono está un poco bajo, para no salir de la costumbre. Al darle la altura justa, sin embargo, no se acopla. No vivo en un filme de Hollywood.
La luz cenital me ciega parcialmente. Puedo divisar a mi espectador de primera fila. El ermitaño. Me entrega una sonrisa de buenas expectativas y se la devuelvo, con más nerviosismo que ninguna noche. Él sí necesita que sacie sus esperanzas. No puedo dejarlo solo.
Piano. Las notas se cuelan en el bar. Por cada rincón, en cada historia. Pensando en cada uno de mis oyentes, busco seguridad de donde no hay y tímidamente voy entrando en sus corazones para sanar sus aflicciones.
Conforme aumenta la fuerza del tema, mi voz adquiere un caudal que jamás creí que podía salir de mí. Soy feliz. Estoy feliz. Jamás había disfrutado tanto de mis noches en "El viejo y el mar". Todos esos ojos brillosos me dicen que ellos también están pasando por lo mismo que yo, lo cual me llena aún más de gratitud. Me gustaría que esta canción no terminara nunca...

Aplausos sordos cierran mi noche. Suspiro plena. Entré en sus vidas y les di el afecto que esperaban. Cuando me retiro a mi improvisado camarín, un dedo en mi espalda me llama presuroso. Confirmo, al voltear, que era quien me sonreía desde la primera fila.
Un "gracias" me inundó los ojos. Quise ocultarlo, pero no tuve tiempo. Él ya lo había notado. Sólo atine a abrazarlo, mientras él me susurraba algo inaudible, que comprendí mejor cuando hube llegado a casa.

"Sos una linda compañía"

Tan sólo el recuerdo de esa alma aliviada esbozó una sonrisa en mi rostro y me abrigó en la noche. Porque yo canto para esas almas. Mi voz les pertenece por siempre.

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