23 de abril de 2012

Todos somos

El tiempo (nos) corre. Las responsabilidades se apoderan de cada aspecto de nuestras vidas de una manera tan gradual que casi no las sentimos. Se instalan, sin darte cuenta. Les abrís paso y un día, te das cuenta de que vivís perseguido por ellas. Buscás un atajo, un desvío, pero es imposible escapar: es ahí cuando te das cuenta de que, evidentemente, creciste. Ya no sos ese angelito de jardín, entusiasmado, con el guardapolvo y la mochila calzada en la espalda. Ese al que le brillaban los ojitos por ver a la seño después del fin de semana, para darle un beso, un abrazo de koala y decirle cuánto la extrañaste. Pero tampoco sos ese nene de primaria. El que se volvió loco cuando le cambiaron el lápiz negro por una lapicera borrable, cuando le cambiaron el cuadernito tapa dura por la carpeta de tres anillos. Y cuando te planteás todo esto, te das cuenta de que ni siquiera sos ese púber en pleno descubrimiento de su ser que entró alguna vez a la secundaria, admirando a esos grandulones que estaban por egresar.

La vida pasa, la gente pasa, las cosas pasan, pero la esencia queda. Ese "yo soy" que se prolonga, perdura y permanece desde el primer contacto con los brazos de esa mujer preciosa que te dio a luz, hasta estos días, en los que arañás la universidad. Ansias, expectativas, nervios, desmotivaciones, ¿cuántas cosas se nos pasan por la cabeza a la hora de darle una orientación a nuestro futuro? Millones. Y cada uno de esos sentimientos es único para cada bípedo sobre la Tierra. Todos somos únicos.

Todos somos, fuimos y seremos por siempre.

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