Tomé la valija y empecé a acomodar la ropa, recordando las palabras mágicas. Mamá siempre decía lo mismo, así dejáramos la ciudad por dos meses o cinco días:
«Llevá ropa por si hace frío, pero también por si llueve. Remeras livianitas por si hace mucho calor y otras por si no hace tanto calor, así no estás muy desnuda. Llevate camperitas finitas por si hay vientito, no te olvides de las medias y de la ropa interior. ¿Ya guardaste las zapatillas? ¿Estos borcegos son tuyos? ¿Y por qué todavía no los pusiste? Al final te vas a llevar la mitad de las cosas.»
Y yo haciendo maniobras mágicas para que entrara todo y no olvidarme de nada.
La ropa ya estaba, el calzado también. Faltaban mis libros, mis discos... el resto de mis cosas podrían quedarse.
En la mochila guardé mi pseudodiscografía de Green Day, mi biblioteca formada con mucho tiempo y detalle por Coelho, Sábato, Denevi, Esquivel y demases joyas que andan diseminadas por Latinoamérica. La cerré con fuerza y la probé en mi espalda, para controlar que todo hubiera quedado acomodado y no se moviera ni rompiera durante el viaje.
Miré mi habitación con dejos de nostalgia, creo que hasta alguna lágrima corrió por mi mejilla, y después de trasladar todo hacia afuera, cerré la puerta.
Allí, me estaba esperando él. Por quien había perdido la cabeza una madrugada de otoño. Con quien había cantado, reído, llorado, amado, incansables veces y de formas únicamente convencionales para alguien ajeno a la vida cotidiana.
Su mirada lo decía todo: aunque un poco inseguro de la decisión que yo había tomado, estaba contento de ver en mis acciones cuán persistente era lo que sentía por él.
Habíamos estado planeándolo desde que yo era apenas una adolescente. Ahora, estábamos frente a frente, dispuestos a todo y a nada a la vez.
Dejamos nuestras especulaciones de lado y dimos rienda suelta a nuestros corazones, que luego de un largo período de desearse, por fin ambos podían oírse galopar fuerte, unidos en un abrazo cálido y eterno, del que aún no puedo desprenderme.
Fue un extenso paseo por mi ciudad en el que recorrí cada lugar por el que había estado con una mirada húmeda llena de recuerdos y una sensación de melancolía que pronto llegaría, hasta arribar al principio de una vida nueva.
«Colectivo en Plataforma diecisiete con destino a Buenos Aires», es lo que alcancé a oír y entonces lo vi. Lo miré como jamás en todo este tiempo lo había mirado: con ilusión, con ansiedad, con ganas de pasar mis próximos 50 años con él, o quizás más, si esta vida nos lo permitía. Con una mano cargué mi valija y con la otra, me aferré a mi destino, esperando no soltarlo jamás.
Dejamos nuestras especulaciones de lado y dimos rienda suelta a nuestros corazones, que luego de un largo período de desearse, por fin ambos podían oírse galopar fuerte, unidos en un abrazo cálido y eterno, del que aún no puedo desprenderme.
Fue un extenso paseo por mi ciudad en el que recorrí cada lugar por el que había estado con una mirada húmeda llena de recuerdos y una sensación de melancolía que pronto llegaría, hasta arribar al principio de una vida nueva.
«Colectivo en Plataforma diecisiete con destino a Buenos Aires», es lo que alcancé a oír y entonces lo vi. Lo miré como jamás en todo este tiempo lo había mirado: con ilusión, con ansiedad, con ganas de pasar mis próximos 50 años con él, o quizás más, si esta vida nos lo permitía. Con una mano cargué mi valija y con la otra, me aferré a mi destino, esperando no soltarlo jamás.
Simplemente hermoso.
ResponderEliminarGracias.