21 de mayo de 2013

Ganas(te)

Te vi pasar mientras caminaba por la vereda esa que siempre me gustó, donde los pájaros que usurparon el árbol más grande de la cuadra hacen tanto barullo que dejan de oírse los ruidos de los coches y uno por fin siente estar alejado del bullicio urbano. Te vi pasar y te saludé a las apuradas, un vaivén manístico que acá y en la China significa hola y adiós por igual. Un baile de falanges tan vulgar y ambiguo a la vez que luego hasta me pareció inapropiado.



Te vi pasar y ni siquiera tuve el valor para que mis cuerdas vocales liberaran un simple «¿Cómo estás?».


En realidad,
tenía ganas de ir corriendo a tus brazos y que nos reencontráramos como esas parejas de las telenovelas que entienden que su destino es estar juntos hasta el fin de sus días y lloran felices por haberlo entendido a tiempo. Tenía ganas,

muchas ganas de poder cubrir con mis manos (a las que siempre discriminaste por su pequeñez), tu rostro sin afeitar. Y un poco espontáneamente y de sorpresa, y otro poco prediciéndome, darte un beso y que el mundo a nuestro alrededor se detuviera
y los pájaros dejaran de cantar
y los autos dejaran de correr presurosos por llegar al trabajo.

Tenía ganas de escucharte un «Te extrañé» y de que fuéramos al primer café que encontráramos abierto. Y charlar distraídos mientras me tomabas mis manos, que seguían pequeñas como siempre y frías como jamás lo habían estado inviernos anteriores, y me miraras a los ojos. Como maravillado,
desconcertado.
Incomodándome.
Lo hacías tan bien antes.
Pero hoy no, porque te dejé ir, incluso
cuando tenía ganas.

Añejas ganas rejuvenecidas por el deseo que siempre estuvo intacto de que fueras a casa otra vez. Y vieras que todo estaba en su lugar, tal cual vos lo habías dejado antes de no regresar más. Y levantaras los pantalones del suelo,
que estaban allí hacía cinco meses. Cinco meses y hoy te atreviste a levantarlos. Puede que incluso ellos se hubiesen acostumbrado a tu ausencia.
Quién sabe.
Yo nunca lo hice y en mí guardé todas las ganas que tenía.

Tenía ganas de que volviéramos a faltar al trabajo y pasáramos un día entero en la cama, desconectados de la vida, unidos
sólo nosotros dos y las sábanas que le ocultaban nuestro cuerpo al armario, a la ventana y al sillón.

Tenía ganas de que sólo una caricia tuya bastara para dibujarme un «Te amo» en el alma que funcionara como contrato de exclusividad entre nuestros corazones.



Tenía ganas de todo esto y muchas cosas más, que hoy tengo ganas de guardarme, pero te vi pasar y ni siquiera tuve el valor para no volver a dejarte ir.

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