27 de diciembre de 2013

Nunca me enseñaron

Una campera colgando de la única silla que yacía en mi caja de 3x3 metros.
Un sólo par de zapatos bajo la cama de una plaza.
Una mochila dejando asomar una carpeta, una cartuchera y una agenda.
Una ventana que dejaba entrar un rayo de sol madrugador.
Una puerta. Blanca. Lisa. Muerta.

Sobre el escritorio, cincuenta y siete lápices de colores de variadas marcas y edades, ordenados cuidadosamente por color.
Una de las cuatro paredes que me encerraban, empapelada con veintiocho dibujos hechos con fibra y otros treinta y cinco hechos con lapicera más sesenta y un fotos de mis cantantes favoritos.
Quince ejemplares de libros, hijos de padres nacidos en diversas partes del mundo.
Catorce discos repletos de once horas, cuatro minutos y catorce segundos de buena música giratoria y mística.

Así, aprendí autodidactamente a dejar de sentirme tan sola.

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