Era otro desocupado de la Argentina. Uno ente tantos.
También era una persona que buscaba un cambio. Que quería que la situación
mejorara, para él y para todos. Un corazón enorme, generoso, humilde. Una mente
abierta. Un alma luchadora. Una cabeza donde cabían innumerables libros.
Era. Era, y le quitaron la posibilidad de seguir siéndolo.
Podría describir a muchos hombres que encajaran con este
patrón, en varios puntos. Pero al llegar el veinte de octubre, sólo puedo
pensar en uno. Que me llena de orgullo, porque desde pequeño se mantuvo
indeble. Que me llena de tristeza, porque alguien le arrebató la vida sin
pensar en lo que ello pudiese provocar. Que me llena de alegría, porque llevó
sus convicciones políticas toda su vida. Que me hace un nudo en la garganta de
sólo pensar que jamás conoceré la sonrisa que hoy puedo ver en fotografías. Que
me llena de orgullo, porque su nombre mueve corazones, se mueve con el viento
en alguna bandera, reposa tranquilo en un afiche, suena mágico en una canción.
Una bala. Una mano destructiva. Un señor que intento pensar
hasta qué punto se lo puede considerar persona. Negociados. Conversaciones.
Dinero. Despidos. Condiciones laborales paupérrimas.
Se lo llevaron, pensando que lo iban a poder callar.
Nos subestimaron, ignorando que reencarnaría en nuestro ser.
Lo mataron, pero hoy sigue más vivo que nunca.
Nos subestimaron, ignorando que reencarnaría en nuestro ser.
Lo mataron, pero hoy sigue más vivo que nunca.
En la lucha. En las calles. En las victorias que libra el
movimiento obrero.
A cuatro años de su muerte, Mariano sigue presente.
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