2 de julio de 2015

Del bondi /2

De cómo todos somos agentes secretos ad honorem trabajando únicamente para nuestra mente


Existe una pareja de gordos. No lo digo por discriminarlos: simplemente es el único rasgo que me permite identificarlos. Para mí, no tienen nombre, ni trabajan. Todo lo que sé de ellos es que se toman el colectivo de la línea 517 que sale de la Base Aeronaval Comadante Espora todos los días hábiles a la 1:16 de la madrugada. Lo sé porque yo suelo tomármelo, también. Subo 10 minutos después de su salida, pasando la rotonda de Láinez.

Aproximadamente a la 1:38, suben ellos. Ella es rubia y él se está quedando pelado. Ambos gordos. Las camperas de abrigo que siempre llevan sólo refuerzan más su imagen. Suben en la intersección de Chiclana y una calle con nombre de país americano y nunca se sientan en el mismo asiento. Por mi parte, siempre elijo los asientos del fondo, para observar a la gente y tratar de adivinar si alguno es un potencial asesino serial y me va a intentar secuestrar cuando baje en la esquina de mi casa, donde hay un descampado y una cancha de fútbol que, en horas tan desoladas, meten mucho miedo. Sí, puede que tenga un par de problemas sin resolver. No es de lo que vine a hablar, de todos modos.

Esta pareja, que se sube siempre en el mismo lugar, también se baja en el mismo lugar. Pero eso no lo recuerdo con tanta precisión. Apenas recuerdo que no debo dormirme y menos si el final del recorrido queda a 2 kilómetros de mi casa. Sí sé que se bajan en alguna parada de Castelli y creo tener alguna imagen oscura y desenfocada de las rejas de su casa.

En lo único que puedo pensar teniendo esta información es en cuánto los conozco sin ser parte de su entorno. Cuánta información manejo yo y ellos no pueden evitar el hecho de que los tenga tan presentes en mi vida y mi mente. Y, ampliando un poco la mirada, lo mismo debe sucederle al chofer de la línea. Ayer, recién ayer después de meses de tomarme el mismo colectivo a la misma hora en la misma esquina, lo reconocí. Nunca lo miro muy bien, porque no presto atención y porque la oscuridad y la miopía a veces no lo permiten. Pero ayer lo reconocí. ¡Si es el mismo chofer de la otra vez, y la otra vez, y la otra vez! Incluso lo saludé con confianza. Es un buen tipo, parece. Aunque, cualquier día en que me quede sola con él hasta llegar a mi casa, podría ocurrir algo catastrófico. O tal vez no.

¿Se preguntará él las mismas cosas que me pregunto yo sobre la pareja que sube siempre al mismo colectivo, en la misma esquina, a la misma hora? ¿Me recordará? ¿Escribirá él sobre la chica que se sube siempre al mismo colectivo, en la misma esquina, a la misma hora?

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