Sintió su ausencia, pero era demasiado tarde. Hacía décadas que su padre había abandonado su cuerpo para viajar por el espacio y volver en otra vida. Ella no lo notó, nunca tuvo noción de lo sucedido. Su personalidad, su frivolidad aparente, su corazón de cristal y la caja blindada de los recuerdos lastimeros cerraron paso a su conciencia, a su realidad. Vivía aislada, enajenada. "¿Dónde estás cuando te necesito, papá?". Pero él ya no la oía. O tal vez no quería oírla, incapaz de cumplir con sus deseos.
No encontraba el cuento que le leía todas las noches. Los bucles y el flequillo recto que él peinaba cuidadosamente también habían desaparecido. El tiempo había arrasado con todo y ella aún no lo notaba. "Cantame una canción, que no puedo dormirme". El sueño era un tormento que, más que sueño, debía llamarse una eterna pesadilla.
"Soñé que te morías y que nunca volvería a verte", le susurró a su padre y una cristalina gota de melancolía que recorrió su mejilla hasta caer, empapó las fotos de un recuerdo inconcluso.
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