2 de mayo de 2012

Capitalismo vs. Aliens

Hay días en los que me levanto sin saber bien a dónde me va a llevar esto. Es una rutina desmotivadora que me convirtió en la máquina automática que soy hoy. No me quejo: lo (poco) que recibo es para mi mujer y mis hijos. No les podré dar a ellos los estudios que a duras penas pudieron darme mis padres, pero si puedo llevar el pan a mi hogar, lo haré hasta el cansancio, sin importar las consecuencias.

Sé que esto va a terminar de la peor manera, y aunque quisiera evitarlo, me es imposible. Soy de la clase obrera, marginada, excluida, no tengo alternativa. Cuando busco otras salidas laborales, siempre encuentran alguna excusa para no tomarme. Que no encajo con el perfil de la empresa, que buscan un hombre más joven, que necesitan a una persona con formación profesional... ¡le agradezco a mi mamá, que desde la cuna me enseñó la decencia de no robar! La necesidad me ha llevado por muchos caminos, sin embargo, jamás caí tan bajo como quitarle a otro lo que yo no puedo conseguir por mis medios. Y héme aquí: no seré un hombre rico, no viviré con lujos. No osbtante, mi familia tiene un techo digno, mis hijos no pasan frío y últimamente la comida no falta.

Claro que, este pequeño progreso lo pagué con mi cuerpo. Mis cortos cuarenta y dos años han quedado perdidos entre estas enfermedades que suelen adjudicárseles a un anciano. Y es que la vida en la fábrica es sacrificada, y para un indigente como yo, es difícil exigir el cumplimiento de mis derechos como ser humano. Cualquiera con espíritu revolucionario se enfrentaría al patrón. Un claro pedido de despedida, obviamente. ¿Quién podría enfrentarse a aquel que todo lo decide? ¿Quién podría siquiera atreverse a pedir un día de descanso a la semana? ¿Quién podría tener el coraje y el valor de hacerse respetar, cuando esas pocas monedas recibidas al día aportan un granito de arena al cuasi bienestar de la casa?

Es fácil hablar. Es fácil pedir. Es fácil tener agallas y la voluntad de progresar, cuando nunca llegaste a tu casa sin poder mirar a tus hijos a los ojos. Esos ojos llenos de expectativas que, en segundos ibas a aniquilar diciéndoles "hoy no vamos a cenar".

¿Saben qué? Envidio a aquellos que tienen... no un palacio, sino un poquito más que yo. Un poquito más con lo que pueden hacerse valer como personas. Es algo que, en todos estos años no pude conseguir. Algo que, en los años que me queden de vida -que no deben ser muchos- desearía poder lograr.

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