24 de mayo de 2012

Vacíos completos

El portarretratos cayó de aquella mesa de roble. Fragmentos de diversos tamaños yacían en el piso de su habitación. Algunos pudo juntarlos; otros, quedaron durante días para astillarse en sus pies frágiles.
Esa imagen en la que alguna vez supieron verse alegres se se había modificado. Esa sonrisa, esas miradas, no eran las que ayer contemplaba emocionada. Algo dentro de sí se había perdido, había quedado olvidado atrás.
Tiempo después, recompuso aquello que se quebró. Un nuevo vidrio protegía esa fotografía del pasado, en la que se veían felices. Sin embargo, siempre aparecían vestigios de la ruptura anterior. Pero estas veces ya no dolían como al principio.
Sus palabras hirientes se hicieron moneda corriente. Después de un lapso que pareció no transcurrir, cada puñal clavado comenzó a cicatrizar, a la vez que inmunizaba a su corazón de futuras lesiones.

El portarretratos desapareció. No quedan ni sus pequeños cristales dolientes. La fotografía se archivó en una vieja carpeta de recuerdos, de esos que no queremos recordar. En su lugar, hay en la mesa una recreación inanimada de un osito. Un osito que la observa en silencio mientras duerme y que la abraza cuando cataratas de melancolía brotan de su rostro. Y aunque no puedan sentirse, ese osito se expande minuto a minuto por la mesa hasta conquistar los territorios de esa fotografía que forma parte del olvido.

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