12 de septiembre de 2012

Cuerdas punzantes

Me gusta el silencio en soledad. Tomo el libro que comencé dos noches atrás y sólo oigo mi voz reproduciendo con escasa destreza las palabras que el autor ordenó tan armoniosa e inteligentemente para despojar a mi mente de la repetitiva cotidianeidad.

Me gusta escucharme a mí, sólo mi voz; lo suficientemente pausada como para continuar con el flujo de metáforas, lo suficientemente suave como para no causarme ningún daño. Porque existen personas que cometen el flagelo de golpear agresivamente en su afán de imponerse ante el texto, considerándose imprescindibles en su labor, hiriendo oídos ajenos y ultrajando profundamente el alma. Porque esas personas no distinguen la brecha comprendida en medio de la textura de un beso y el color de la muerte, no discriminan entre los pigmentos vivaces de la felicidad y la escala de grises acuarelados de una despedida. Pero sin inmutarse, sin percatarse de su calamidad, permanecen allí, enfrentando a sus pares. Gritando palabras que murmuradas se oyen muy alto, riendo situaciones que sollozan sobre sus paisajes. Y saturan el interior generando una impotencia oscura, descolocando cada órgano, acelerando el torrente sanguíneo que, sintiéndose preso de la furia, busca escapar en un llanto seco y callado.

Me gusta escucharme a mí, sólo mi voz ensordecida por la voz del viento que sopla en mi ventana y acaricia suspicaz a mi imaginación.

1 comentario:

  1. Precioso. Como un gran juego de palabras, parecido por momentos a un laberinto pero con un gran tobogán al fin.
    He pecado de leerlo tres veces y creo sentir ganas de hacerlo algunas más.

    Un beso.
    CS.

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