28 de noviembre de 2012

Un brindis por los amores (de) pasajeros

Una podía notar a simple vista que no se trataba de alguien más. Él era único, perfecto en su simpleza.

Aún recuerdo cómo vestía la primera vez que lo vi y sería capaz de hacerle un paneo vertical de cabeza a pies en una descripción infalible: su pelo era indefinible en extensión. Para corto, era largo. Para largo, demasiado corto. Y aunque lo tuviera desordenado (detalle que me lo presentó como un chico reo y me hipnotizó), le sentaba muy bien con esos enormes auriculares noventosos, negros, blancos y con contornos amarillos. Su barba, pareja pero que tenía aspecto de no haber sido afeitada por un período no menor a dos meses, parecía ser la continuación de su cabellera. Debajo de ella, un collar de metal se asentaba encima del cuello redondo de una remera blanca. "Ona Saez" se transparentaba por detrás. En la parte de adelante, un código QR delataba sus inclinaciones por lo geek.
Muchas pulseras de acero y otras de hilo se entrelazaban en sus muñecas, y algo me dijo que tenía una obsesión con el hemisferio derecho, al igual que yo. No sé si fue el anillo plateado que asfixiaba su pulgar derecho, el tatuaje que tenía más arriba, en el antebrazo, o su mochila de Travel Rock, la que llevaba colgando de su hombro derecho y me decía que tenía entre 18 y 20 años. Estaba ya un tanto maltratada. No así sus zapatillas rojas y negras, que tenían aspecto de reciente adquisición y de ser un número más del que solía usar.

Sin pensarlo dos veces, me puse de pie y fui a hablarle de todo y nada a la vez. Había imaginado miles de temas con los que iniciar una conversación y por lo que (no) recuerdo, debo haber escogido el peor, pero suficientemente provechoso como para conseguir encontrarme con él al día siguiente.
Miré hacia la ventana y divisé a lo lejos mi bajada. Corrí presurosa a la puerta, toqué el timbre y en mi mente improvisé una despedida con aquel chico al que me había limitado a observar en silencio desde mi asiento.

1 comentario:

  1. Cuando llegamos a viejos, no nos arrepentiremos tanto de nuestros errores, como de aquellas cosas que quisimos hacer pero no nos atrevimos.
    El rechazo, la humillación, son dolorosos, pero más aún lo es pensar "Que hubiera pasado si..." por el resto de nuestra vida. Vivir soñando situaciones hipotéticas que nunca sucedieron. Condenado a "recordar" cosas que nunca pasaron.
    Todos hemos cometido errores, pero creo que es mejor vivir equivocado y triste en un mundo real que solo viviendo maravillosas fantasías.

    Muy bueno tu blog Iara, realmente me hizo reflexionar. Creo que me voy a poner a leer mas.
    Te mando saludos
    Tu viejo amigo, Ger

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