Estúpida yo

Esa mañana te despertaste y la viste a tu lado. Sonreiste al encontrarla profundamente dormida, corriste el flequillo de su rostro y le diste un beso con el que abrió los ojos. «Buenos días, mi amor. ¿Cómo dormiste?» le preguntaste. Y ella te respondió con un «Ahora que dormí con vos, mejor que nunca».

Qué lindos se ven juntos.

Ella se levantó a prepararte el desayuno, mientras vos, desganado, dabas vueltas en la cama. Luego te decidiste a levantarte. La descubriste haciendo magia gastronómica en la mesada. Preparaba el café más aromático del oeste y otras tierras aledañas. La envolviste por detrás con tus brazos y le susurraste un «Te amo» en su oreja derecha. Llevaste las tazas a la mesa y ella puso un plato para las tostadas que sacaba del tostador.

Qué bonitos desayunando juntos.

Para la tarde habían planeado un picnic en la plaza, musicalizado por los pájaros y el viento que movía las copas de los árboles. Después de comer y cantar sus canciones favoritas, se tumbaron sobre la manta, mirando al cielo. El día era ideal.

Qué bellos saliendo juntos.

Caída la noche sobre la ciudad, eligieron quedarse en casa. Ambos lo sabían: harían el amor por primera vez. Le desprendiste los botones de sus complejos y ella los tuyos. Algo nerviosos, perpetuaron el sueño que siempre tuvieron. Sentían prenderse fuego en cada caricia, en cada beso. Jamás una fantasía se concretó tan perfecta como ésta. Fueron tan afortunados que hasta a las sábanas causaban envidia.

Qué preciosos amándose juntos.

Y qué injuriosa yo, imaginándolos tan enamorados como alguna vez pensé que lo estuviste conmigo.

Qué rencorosa yo, que te deseo que cada mañana ansíes amanecer junto a mí. Que cada vez que la veas en tu mesa, quieras salir corriendo a buscarme. Que cada vez que le hagas el amor, pronuncies mi nombre en cada gemido. Que en tus sueños, sea yo la princesa.

Qué estúpida yo, amándote todavía.