1 de julio de 2013

No hay lugar para las dos

Me quita el sueño pensar que no soy la mejor en las disciplinas en que me desempeño.
Que aquella muchacha sentada en el banco del parque no esté sentada simplemente aguardando la llegada de alguien, sino que esté ideando para sus adentros la mejor novela escrita en el último siglo.
¿Y si es así? ¿Sería correcto de mi parte dejarla opacarme?

La observo y puedo incluso leer los párrafos que aún dan vueltas por su cabeza y no plasmó en papel. Se trata de la historia de una mujer despechada, ambiciosa, sedienta de fama. La mujer escribe. ¡Qué original! Escribe como ella, escribe como yo. Escribe como la mayoría de los lectores que leerían esa fantástica obra en un futuro. Si es que yo lo permito, claro.

Así que la mujer está escribiendo. Me pregunto sobre qué y un destello en su mirada me da la respuesta: escribe acerca de otra escritora que pone en peligro su carrera. Esta otra escritora tiene un perfil más inocente, hasta me atrevería a caracterizarla introvertida. Aislada del mundo, en su proyecto. Tiene aires de Martina y muchos años menos que la mujer.

Tengo que hacer algo para detenerla. Puedo oir la ovación del público, y hasta la veo vestida esplendorosa, con un diseño que sólo a ella puede quedarle bien, con esa figura jovial. Se emociona y agradece a su familia y amigos. Típico. Es tan básica. Pero evidentemente su novela no lo es, un jurado de jerarquía como el presente no podía estar equivocado. Y yo lo sabía. Lo sé. Debo reconocer que es un relato excelente: ni una coma fuera de lugar. Por eso tengo que terminar con esto, que, si dejo concretarse, terminará por convertirse en una catástrofe literaria para nosotros, los escritores. Pero sobre todo, para mí.

Me acerco sigilosa, no sin antes haber tomado el único arma que llevo siempre conmigo y me enfrento a todo lo que nunca deseé haber hecho. Los jueces entenderían, todo habría sido en defensa propia. Ella estaba hostigándome, simulando no verme pero conociéndome, sabiendo que nadie podía estar por encima de mí. Y aún así tenía el tupé de querer ser mejor que yo. ¡Porque lo tenía! Era tan atrevida que incluso se animó a desafiarme, escribiendo la mejor historia de la literatura argentina, sudamericana, mundial.

Antes de poder leer el final de la novela, algo me desconcertó. Su mirada era triste. Más que triste. No expresaba sentimientos. Apática, me daba la sensación de que el alma hubiese escapado de su cuerpo. La vitalidad con que la había conocido se había fugado a algún rincón desconocido.
Le hablé. No contestó. Tomé su manuscrito. No se opuso.



Ahí, en la última hoja de un cuaderno que tenía porte de haberla acompañado en cada etapa de su vida, la exquisita narración tenía un manchón de tinta roja como desenlace.

1 comentario:

  1. Yo ya te dije un montón de veces, que te odio tanto cuando escribís cosas tan lindas y me opacas que te achuraría.
    Pero bueno, no lo hago por el simple hecho de que, de esa manera, no te leería más.

    En este caso particular, me pasa como con esas canciónes que se nos pudieron ocurrir a todos, pero popularizaron un par de pelotudos y que encima se nos pegaron en el cerebro.
    Muy lindo y muy placentero todo pero... ¿por que no se me ocurrió primero a mí?

    Besos.
    CS.

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